Todo esfuerzo fue en vano. Aquel inesperado e insignificante montículo de arena dejado por la rodada se antojaba una montaña para él. Un instinto animal lo empujaba a cruzar el carril bajo el implacable sol del mediodía pero cuando casi conseguía alcanzar un mínimo ascenso, su peso lo hacía caer rodando una y otra vez, aferrándose inútilmente a la resbaladiza arena y haciendo que el montículo fuera perdiendo altura a cada intento. A priori se le allanaba el camino, pero sus fuerzas estaban al límite ya que tenía que invertir un sobrehumano esfuerzo en voltearse sobre sus quitinosas extremidades cada vez que se desplomaba. Ya casi lo había logrado. Tanto esfuerzo y tanta arena desmoronada había hecho desaparecer prácticamente el montículo. Sólo tenía que salvar unos miserables y despejados treinta centímetros de arena para alcanzar la gloria del otro lado. El mismo vehículo que había formado el montículo pasaba de vuelta. No pudo ser.
jueves, 3 de diciembre de 2009
Huellas - Javier López
.
Le resultaba familiar aquel relieve. Y estaba casi segura de haberlo cartografiado alguna vez. Pequeños cerros se elevaban y caían incesantemente formando valles circundados por riachuelos que no desembocaban en ninguna parte, sino que se retorcían y giraban alrededor de ellos sin que pudiera explicarse bien de dónde provenía su flujo.
El jefe Marcial entró en la sala.
—¿Qué opina usted? —le preguntó.
—Yo diría que coinciden —respondió ella con bastante seguridad, sin apartar la mirada del objetivo.
—Monitorícelo —le ordenó, en un tono que denotaba su ansiedad.
Varios hombres más se hallaban en la sala, cuando la teniente de la policía científica dejó de observar a través del microscopio electrónico, para ofrecerles las imágenes en una pantalla colgada de la pared. En ésta empezaron a mezclarse el paisaje recién descubierto con el modelo registrado en la base de datos. Durante unos instantes se superpusieron valles con riachuelos y cimas con laderas, mientras que todos contenían la respiración. Entonces todo pareció encajar.
Cuando las imágenes quedaron perfectamente superpuestas, ambas formaron una única y nítida huella dactilar. No había duda, acababan de dar con el psicópata que había atemorizado durante meses a la población. La orden de busca y captura se transmitió inmediatamente a todos los departamentos.
Cuando las imágenes quedaron perfectamente superpuestas, ambas formaron una única y nítida huella dactilar. No había duda, acababan de dar con el psicópata que había atemorizado durante meses a la población. La orden de busca y captura se transmitió inmediatamente a todos los departamentos.
Sonata fantasmal - Javier López
.
Ya no podía soportar más la sonata número 11 de Mozart.
Durante el día yo la ensayaba en el salón de casa, porque tenía que preparar el examen de sexto grado para el Conservatorio. Cuando terminaba, dejaba la partitura sobre el piano, y así estaba preparada para el día siguiente, porque durante ese tiempo no practicaba ninguna otra pieza.
Todo iba bien hasta que el fantasma del abuelo empezó a aparecerse por las noches. Se sentaba en la banqueta del piano e interpretaba la sonata durante horas. Al principio no podía dormir, y aunque con el tiempo conseguí hacerlo a duras penas, los arpegios en La Mayor de la sonata parecían ya embutidos en mi cerebro. El último movimiento, la Marcha Turca, me despertaba sobresaltado si es que antes no lo habían hecho el andante o el minueto.
Todo iba bien hasta que el fantasma del abuelo empezó a aparecerse por las noches. Se sentaba en la banqueta del piano e interpretaba la sonata durante horas. Al principio no podía dormir, y aunque con el tiempo conseguí hacerlo a duras penas, los arpegios en La Mayor de la sonata parecían ya embutidos en mi cerebro. El último movimiento, la Marcha Turca, me despertaba sobresaltado si es que antes no lo habían hecho el andante o el minueto.
Así que tuve que tomar una determinación. Y ésta fue tan simple como retirar la partitura una vez que acababa mis ensayos, y guardarla en un armario. Naturalmente, dormía con la llave bien protegida.
Durante unos días mi hogar volvió a la normalidad y pude dormir tranquilo por las noches. Pero al poco tiempo los problemas volvieron. Y aún peor: se agravaron. Ante la ausencia de partituras, el fantasma del abuelo se ha dedicado desde entonces a ejecutar disparatadas improvisaciones.
Mar idílico - Javier López
.
Floto sobre mi espalda en esta mar en plena calma. Las olas me mecen suavemente en este idílico día de verano.
Desde mi perspectiva se puede contemplar un cielo azul inmenso, un sol resplandeciente. Se oyen aves, e incluso risas de juegos infantiles que llegan a través del aire, desde la playa.
Ahora resultaría difícil de creer, pero hace tan sólo unas horas este mismo mar no era plácido, ni lucía un cielo azul, ni desde luego brillaba el sol. Tampoco se escuchaban cantos de aves, ni jugaban niños, cuando la tempestad nos hizo naufragar.
Las olas seguirán meciéndome, suavemente, hasta que mi cuerpo toque fondo en alguna orilla.
Ilustración: Odilon Redon, "Beatrice" (1897)
martes, 3 de noviembre de 2009
Cómo leer un cuento - Javier López
.
Cuando se lee un cuento uno tiene que haber tomado antes una determinación. Es una decisión que se tarda en tomar meses, años o incluso décadas. Principalmente en función de la envergadura de lo que se va a leer. Si el cuento tiene para más de 3 minutos de lectura, entonces hay que pensarlo aún con más calma.
En docenas de ocasiones he tenido que escuchar esta conversación, en mi calidad de consciencia colectiva en defensa de los Buenos Hábitos de Lectura:
—Voy a leer un cuento —asegura el "lector" tratando, mientras lo dice y se escucha a sí mismo, de autoafirmarse.
—¿Seguro que sabes lo que haces? —pregunta su pareja con cara preocupada y circunspecta.
—Por supuesto, he madurado la idea durante estos últimos meses. Si hoy regaras tú las plantas y sacaras al perro, creo que podría disponer de unos minutos para leer el cuento —responde el "lector" casi sin tomar respiración, como si fuera un discurso bien aprendido, en ese mismo afán de autoconvencimiento. Mientras, la cara de su pareja ha tomado un aspecto definitivamente incrédulo.
—No creo que pueda ayudarte, porque me temo que harías lo de siempre: leer sólo los primeros y el último párrafo —contestó ella, sentenciosamente, dándole la espalda. Y dejando así, en el olvido, una decisión de lectura que a él le había llevado meses tomar.
Así pues, lector, si estás leyendo este párrafo porque crees que encontrarás el final de aquello de lo que sólo leíste el principio, podrás ver que no entendiste nada. Porque aquí no está el final. Entonces querrás volver a leer hacia atrás. Pero la consciencia colectiva en defensa de los Buenos Hábitos de Lectura ya te habrá cazado.
Etiquetas:
300 palabras,
Javier López,
Metaficción
La modelo - Javier López
—¿Le pongo algo de postre, señora? —preguntó el camarero esperando que la respuesta fuera "no". Tras los entrantes fríos, el pudding y el cochinillo asado acompañado de berzas braseadas, no podía pensar que en aquél cuerpo pudiera entrar un sólo gramo más de comida.
—Nueces con nata con una buena ración de crema de chocolate y caramelo... por favor —pidió la mujer sin que pareciera del todo convencida de que su lista de peticiones llegaba al final. Una vez que lo tuvo en la mesa, dio buena cuenta del plato.
—Así que me dijo que trabajaba usted como modelo —comentó el camarero cuando le entregaba la nota con la factura—. Ya me gustaría ver algún día el resultado de su trabajo —continuó, en actitud interesada.
—Algún día, pronto. Seguro que lo verá —afirmó ella antes de abandonar el local.
Poco después la mujer se dirigía al lugar donde desarrollaba su trabajo desde hacía algunos días. Una vez dentro del estudio, preguntó con su voz suave:
—¿Me desnudo ya, señor?
—Cuando estés lista, René —contestó el maestro Botero.
Imagen: Pablo Picasso "El pintor y la modelo" (1963)
martes, 13 de octubre de 2009
De lirios - Oriana Pickmann
Aspiré lo último que quedaba de aquel cigarrillo compartido. El mundo ya no sería igual.
Mientras caminaba a algún lugar que no recuerdo, vi al arco iris proteger, como si fuera una bufanda, a una iglesia abandonada. Los ríos me hablaban pidiéndome que naufragara en ellos. Las casas de la ciudad se levantaban iluminadas ante mí, en esa noche oscura que todo se lo comía. Los cuervos dormían mirándome y me preguntaban si podían sacarme los ojos, pero yo no les hacía caso.
Finalmente, llegué a ningún lado, me recosté y juré que nunca más volvería a estar cuerdo. Déjenme aquí, con mi sonrisa, hablándole a estas flores.
Mientras caminaba a algún lugar que no recuerdo, vi al arco iris proteger, como si fuera una bufanda, a una iglesia abandonada. Los ríos me hablaban pidiéndome que naufragara en ellos. Las casas de la ciudad se levantaban iluminadas ante mí, en esa noche oscura que todo se lo comía. Los cuervos dormían mirándome y me preguntaban si podían sacarme los ojos, pero yo no les hacía caso.
Finalmente, llegué a ningún lado, me recosté y juré que nunca más volvería a estar cuerdo. Déjenme aquí, con mi sonrisa, hablándole a estas flores.
Imagen: Flower Power
Una cierta evolución - Ikal Bamoa
- Decidido a escapar de mi condición de personaje secundario, esperé a que se durmiera para reescribir algunas palabras.
- Envalentonado por mi nueva condición de protagonista, decidí continuar y, cuando me di cuenta, la historia era otra por completo.
- De pronto me di cuenta que entre el eco de las líneas vacías, escuchaba mi propia voz y supe que me había vuelto también el narrador.
- Confundido y tembloroso, interrumpí un momento el relato para cerciorarme de que, allá afuera, aún dormía.
- Había ido demasiado lejos, pero sólo avanzar parecía posible ahora que era un flagrante usurpador a punto de ser sorprendido y reescrito.
- No lo pensé más, lo borré todo y comencé de cero, esta vez mi rol sería sólo el del autor que duerme mientras un personaje se rebela.
Generaciones - Javier López
En casa hay problemas por falta de entendimiento. Mis hijos y yo somos de generaciones diferentes. Quizás, para que se entienda bien, he de explicar el origen de cada uno de nosotros.
A mí me generaron por arte de magia. Mi padre era ilusionista, y echó a mi madre unos polvos mágicos, de los cuáles nací. Eso me contaron.
Nuestro hijo fue generado digitalmente. Por eso, desde pequeño, ha vivido aislado entre videoconsolas, pecés y teléfonos móviles. Tantos elementos de comunicación, y sin embargo con la familia no habla nunca.
Y mi hija nació por generación espontánea. Al menos eso dice mi mujer, pues ella no estaba embarazada cuando fui a Ruanda en misión humanitaria, para alimentar a unos chiquillos famélicos con viejos conejos sacados de la chistera de mi padre. Y cuando volví me encontré con el regalo metido en una cuna.
La comunicación en casa es mala. Porque, para colmo, mi mujer es coreana, y todavía no ha aprendido a decir ni una palabra en nuestra lengua. Más bien, yo diría que no la aprenderá nunca. Afortunadamente es pequeña y no ocupa mucho espacio. Pero por lo demás, todo son inconvenientes. Es incapaz de mediar en el conflicto entre nuestros hijos y yo.
Hoy nuestra falta de entendimiento parece haber llegado a un punto sin retorno. Estábamos en la mesa y le pedí a mi hijo que me acercara la sal:
—01000100 —respondió binariamente, haciendo caso omiso y sin mirarme a la cara.
—Mitosis, meiosis, gónadas —intervino mi hija, tan espontánea como siempre.
—Ming —apostilló mi mujer, sin que yo entendiera nada.
—Abracadabra —sentencié, y salí dando un portazo del comedor.
Ya no tengo dudas. En casa existe un grave problema generacional. Mi familia y yo jamás podremos entendernos.
A mí me generaron por arte de magia. Mi padre era ilusionista, y echó a mi madre unos polvos mágicos, de los cuáles nací. Eso me contaron.
Nuestro hijo fue generado digitalmente. Por eso, desde pequeño, ha vivido aislado entre videoconsolas, pecés y teléfonos móviles. Tantos elementos de comunicación, y sin embargo con la familia no habla nunca.
Y mi hija nació por generación espontánea. Al menos eso dice mi mujer, pues ella no estaba embarazada cuando fui a Ruanda en misión humanitaria, para alimentar a unos chiquillos famélicos con viejos conejos sacados de la chistera de mi padre. Y cuando volví me encontré con el regalo metido en una cuna.
La comunicación en casa es mala. Porque, para colmo, mi mujer es coreana, y todavía no ha aprendido a decir ni una palabra en nuestra lengua. Más bien, yo diría que no la aprenderá nunca. Afortunadamente es pequeña y no ocupa mucho espacio. Pero por lo demás, todo son inconvenientes. Es incapaz de mediar en el conflicto entre nuestros hijos y yo.
Hoy nuestra falta de entendimiento parece haber llegado a un punto sin retorno. Estábamos en la mesa y le pedí a mi hijo que me acercara la sal:
—01000100 —respondió binariamente, haciendo caso omiso y sin mirarme a la cara.
—Mitosis, meiosis, gónadas —intervino mi hija, tan espontánea como siempre.
—Ming —apostilló mi mujer, sin que yo entendiera nada.
—Abracadabra —sentencié, y salí dando un portazo del comedor.
Ya no tengo dudas. En casa existe un grave problema generacional. Mi familia y yo jamás podremos entendernos.
Eso era - Manuel Pérez Bañez
Fotografía de Herbert List vista en El Ángel Caído
Esa mañana las aguas andaban revueltas y sin embargo, todo parecía suponer que era una mañana como todas las mañanas en su pequeño mundo. Algo no iba bien, algo que en su húmeda e incipiente conciencia no sabía materializar pero que —eso sí— le hacía suponer que tras ese preciso instante, todas las mañanas de todos los días de todos los escasos años de su vida iban a parecer como transcurridos en un oscuro túnel, una especie de limbo, un líquido amniótico en el que flotó privado de memoria desde el preciso instante de haber nacido. Eso era...
Hasta entonces, su plácida y previsible existencia no admitía incertidumbres. Estaba allí, no sabía ni de dónde ni como había llegado. Ni siquiera sabía si había nacido allí, ni tampoco la misma naturaleza o sentido de su existencia. Eso era...
Ahora, el cristal del pequeño acuario dejaba ver el mundo y empezó a sospechar que su centro debía estar en otro lugar atisbado allá en el horizonte, muy lejos del pequeño mundo de agua y de cristal que hasta entonces había sido su único y seguro lugar. Estaba confuso, como salido de un profundo hechizo, tal vez fruto de nadar incansable e hipnóticamente en círculos, ajeno a las lunas, a las mareas y las estaciones. Eso era. Unos ojos de cristal que veían como su, hasta ahora único mundo, era una gota de agua que nunca llegaría a ser océano. Pudo llorar y tal vez lo hiciera. Eso era o tal vez fui: un pez llamado deseo.
Hasta entonces, su plácida y previsible existencia no admitía incertidumbres. Estaba allí, no sabía ni de dónde ni como había llegado. Ni siquiera sabía si había nacido allí, ni tampoco la misma naturaleza o sentido de su existencia. Eso era...
Ahora, el cristal del pequeño acuario dejaba ver el mundo y empezó a sospechar que su centro debía estar en otro lugar atisbado allá en el horizonte, muy lejos del pequeño mundo de agua y de cristal que hasta entonces había sido su único y seguro lugar. Estaba confuso, como salido de un profundo hechizo, tal vez fruto de nadar incansable e hipnóticamente en círculos, ajeno a las lunas, a las mareas y las estaciones. Eso era. Unos ojos de cristal que veían como su, hasta ahora único mundo, era una gota de agua que nunca llegaría a ser océano. Pudo llorar y tal vez lo hiciera. Eso era o tal vez fui: un pez llamado deseo.
miércoles, 30 de septiembre de 2009
Magia - Javier López
La quiromántica me pronosticó un futuro prometedor. Éxito en los negocios, una magnífica mujer a mi lado y una familia unida y maravillosa.
Pero sabía que sus vaticinios estaban equivocados. Si yo había sido una vez capaz de confundir al polígrafo, estaba claro que también podía engañar a una vidente con las líneas de mi mano.
Pero sabía que sus vaticinios estaban equivocados. Si yo había sido una vez capaz de confundir al polígrafo, estaba claro que también podía engañar a una vidente con las líneas de mi mano.
A merced del oleaje - Javier López
Cuando los guías se disponen a llevar a los turistas a visitar las pirámides cada mañana, antes tienen que consultar con el Instituto Meteorológico de El Cairo para saber cómo soplaron los vientos durante la noche. Entonces, sobre el mapa realizan complicados cálculos con reglas y compases, y sobre el terreno utilizan sextantes.
Dependiendo de la dirección del viento, las arenas del desierto se han movido como las olas del mar durante la noche. Y las pirámides, al compás de éstas, podrían aparecer hoy en cualquier lugar.
martes, 29 de septiembre de 2009
Abajo, más abajo - Javier López
.
Yo era clase media hasta que lo perdí todo: el banco se llevó casa, coche y pertenencias. Mi mujer me abandonó. Joven y hermosa, podía aspirar a alguien mejor que yo.
Sentí que todos me habían tratado como una rata. Así que me convertí en una rata. Cogí un colchón viejo encontrado, un reloj antiguo, y bajé a las cloacas. No hay mucho tiempo que medir, pero en la oscuridad, con la única luz del velón, no hay forma de saber si es de día o de noche.
Ahora tengo mi vivienda de rata. Unos metros cuadrados de cemento donde poner el colchón, rodeado de caños de aguas residuales.
Hace unos días escuché pasos. Pensé que estaba soñando, porque es difícil saber aquí cuándo estás dormido o despierto. ¿Quién podría querer venir acá abajo? Confundido ante la presencia de un hombre que se guiaba por una linterna, no tardé en conocer sus intenciones. Era un inspector municipal que me pedía la cédula de habitabilidad, el informe de salubridad, los contratos de servicios de agua y alumbrado... Me pareció que estaba de broma. Pero no. El funcionario actuaba tan seriamente como lo haría ante cualquier ciudadano. Quizá olvidaba que soy una rata.
Ayer escuché de nuevo pasos. Un cartero me traía unos certificados con sellos oficiales. El Ayuntamiento me daba diez días de plazo para regularizar mi situación.
Y hoy las cosas han llegado aún más lejos de lo que imaginaba. Un inspector de Hacienda vino a evaluar mis ingresos. Según él, debo estar ahorrando mucho dinero viviendo aquí. Y ese dinero producirá intereses que debo liquidar.
Así que mi refugio, aparentemente fuera del alcance de los seres urbanos que habitan allá arriba, se ha convertido en un trasiego de inspectores y recaudadores.
Hoy he decidido trasladarme dos plantas más abajo.
Sentí que todos me habían tratado como una rata. Así que me convertí en una rata. Cogí un colchón viejo encontrado, un reloj antiguo, y bajé a las cloacas. No hay mucho tiempo que medir, pero en la oscuridad, con la única luz del velón, no hay forma de saber si es de día o de noche.
Ahora tengo mi vivienda de rata. Unos metros cuadrados de cemento donde poner el colchón, rodeado de caños de aguas residuales.
Hace unos días escuché pasos. Pensé que estaba soñando, porque es difícil saber aquí cuándo estás dormido o despierto. ¿Quién podría querer venir acá abajo? Confundido ante la presencia de un hombre que se guiaba por una linterna, no tardé en conocer sus intenciones. Era un inspector municipal que me pedía la cédula de habitabilidad, el informe de salubridad, los contratos de servicios de agua y alumbrado... Me pareció que estaba de broma. Pero no. El funcionario actuaba tan seriamente como lo haría ante cualquier ciudadano. Quizá olvidaba que soy una rata.
Ayer escuché de nuevo pasos. Un cartero me traía unos certificados con sellos oficiales. El Ayuntamiento me daba diez días de plazo para regularizar mi situación.
Y hoy las cosas han llegado aún más lejos de lo que imaginaba. Un inspector de Hacienda vino a evaluar mis ingresos. Según él, debo estar ahorrando mucho dinero viviendo aquí. Y ese dinero producirá intereses que debo liquidar.
Así que mi refugio, aparentemente fuera del alcance de los seres urbanos que habitan allá arriba, se ha convertido en un trasiego de inspectores y recaudadores.
Hoy he decidido trasladarme dos plantas más abajo.
El pozo sin fondo - Manuel Pérez Báñez
De pequeño soñaba con descubrir los grandes misterios del mundo. Recordando que una vez siendo niño (en el "fondo" lo seguía siendo) arrojó una piedra al fondo de un oscuro pozo y no llegando a escuchar durante horas y horas el ruido del impacto, dedujo con toda la lógica del mundo que el pozo atravesaría la tierra de cabo a rabo. Siendo un científico célebre y longevo volvió a aquel pozo de su infancia y se preparó para el viaje final de su vida: reposar en el centro de la Tierra.
Daba por supuesto de que el pozo estaría lleno de aire y que la caída no sería tan brusca puesto que una vez que el cuerpo alcanzara una cierta y calculada velocidad terminal, la resistencia del aire le impediría seguir acelerando. La inercia le haría atravesar el punto central del gigantesco túnel terráqueo, superarlo y seguir cayendo (o ascendiendo , pensaba él, si alguien lo intentara desde el Polo Sur). Dedujo además que el punto en el que se detendría para volver a caer hacia el centro del planeta sería cada vez más cercano a éste. Finalmente, estaba convencido de que quedaría en ingrávido y perpetuo reposo en el centro de la Tierra (al menos hasta que a otro iluminado se le ocurriese saltar al pozo). Era su sueño. En las crónicas del lugar hablaron de suicidio… lo cierto es que nunca apareció su cuerpo.
Daba por supuesto de que el pozo estaría lleno de aire y que la caída no sería tan brusca puesto que una vez que el cuerpo alcanzara una cierta y calculada velocidad terminal, la resistencia del aire le impediría seguir acelerando. La inercia le haría atravesar el punto central del gigantesco túnel terráqueo, superarlo y seguir cayendo (o ascendiendo , pensaba él, si alguien lo intentara desde el Polo Sur). Dedujo además que el punto en el que se detendría para volver a caer hacia el centro del planeta sería cada vez más cercano a éste. Finalmente, estaba convencido de que quedaría en ingrávido y perpetuo reposo en el centro de la Tierra (al menos hasta que a otro iluminado se le ocurriese saltar al pozo). Era su sueño. En las crónicas del lugar hablaron de suicidio… lo cierto es que nunca apareció su cuerpo.
Biblioteca animada - Javier López
Cuando los personajes de las novelas de la biblioteca tomaron vida, mi casa se convirtió en un auténtico teatro. Cada uno declamaba sus diálogos sin apercibirse de que los demás hacían lo mismo. Cientos de voces se entremezclaban y resultaba totalmente insoportable.
Eso ocurrió durante semanas, hasta que al fin fueron acabando sus intervenciones. Entonces permanecieron callados. Ocupaban bastante espacio y era algo incómodo compartirlo con ellos, pero terminamos por organizarnos bien.
Los verdaderos problemas comenzaron cuando el resto de los libros comenzaron a animarse. De los de arte chorreaban pinturas y caían piedras. Los de botánica echaban raíces difíciles de eliminar. Los de aritmética recitaban tablas y los de química desprendían un desagradable olor a reacciones sulfurosas.
Pese a todo, lo peor estaba aún por llegar. Entonces le tocó el turno a las enciclopedias. Nunca antes me había puesto a pensar las de cosas catastróficas que contienen en su interior.
Eso ocurrió durante semanas, hasta que al fin fueron acabando sus intervenciones. Entonces permanecieron callados. Ocupaban bastante espacio y era algo incómodo compartirlo con ellos, pero terminamos por organizarnos bien.
Los verdaderos problemas comenzaron cuando el resto de los libros comenzaron a animarse. De los de arte chorreaban pinturas y caían piedras. Los de botánica echaban raíces difíciles de eliminar. Los de aritmética recitaban tablas y los de química desprendían un desagradable olor a reacciones sulfurosas.
Pese a todo, lo peor estaba aún por llegar. Entonces le tocó el turno a las enciclopedias. Nunca antes me había puesto a pensar las de cosas catastróficas que contienen en su interior.
Vacíos - Javier López
Discutieron y regresaba a casa sin dejarse acompañar por él. Era de noche y había bebido mucho, tanto como para descoordinar sus movimientos y sus ideas.
De repente y de manera estúpida, al pasar por encima de la playa, subió y echó a correr sobre la balaustrada baja de granito, no más ancha que tres palmos. Abajo, a más de quince metros, una orilla de piedras y cantos de río reflejaba brillos en una noche de poca luna. Tropezó y cayó al vacío. Hacia adentro, por puro azar.
Al día siguiente despertó con un enorme dolor de cabeza. Sentía vértigo, un vértigo que no curó ni el paso del tiempo, ni las visitas al médico. La sensación de que caía hacia afuera, borracha y fuera de control, le iba a durar ya para siempre.
De repente y de manera estúpida, al pasar por encima de la playa, subió y echó a correr sobre la balaustrada baja de granito, no más ancha que tres palmos. Abajo, a más de quince metros, una orilla de piedras y cantos de río reflejaba brillos en una noche de poca luna. Tropezó y cayó al vacío. Hacia adentro, por puro azar.
Al día siguiente despertó con un enorme dolor de cabeza. Sentía vértigo, un vértigo que no curó ni el paso del tiempo, ni las visitas al médico. La sensación de que caía hacia afuera, borracha y fuera de control, le iba a durar ya para siempre.
Imagen: V. Ivanovski, vía 2001photo.com
Aturdido - Oriana Pickmann
El reloj de la habitación empezó la cuenta regresiva por cuarta vez. Guillermo abre los ojos, mira al techo que conoce de memoria y, con la resaca de quien sufre una noche trágica, emite un quejido. Copia exacta del de ayer, del de antes de ayer.
Allí está todo igual, nada cambia. El mismo día, la misma tortura, las mismos rostros y brazos que salen de las paredes y tratan de espantarlo todo, de tocarlo todo, de romperlo todo. Paredes de algodón, con sus fantasmas, con sus demonios. Váyanse todos al carajo. No hay forma de salir de ahí, Guillermo está atrapado en un espacio sin puertas ni ventanas. Está totalmente solo con esos seres que lo martirizan, doblándolo, insultándolo, amenazándolo.
Guillermo suda, gime, grita, no puede levantarse. Así pasan las segundos, los minutos, como golpes asesinos en sus sienes. La noche, con su oscuridad, se lo come entero.
El reloj empieza la cuenta regresiva por quinta vez en la clínica de rehabilitación.
Allí está todo igual, nada cambia. El mismo día, la misma tortura, las mismos rostros y brazos que salen de las paredes y tratan de espantarlo todo, de tocarlo todo, de romperlo todo. Paredes de algodón, con sus fantasmas, con sus demonios. Váyanse todos al carajo. No hay forma de salir de ahí, Guillermo está atrapado en un espacio sin puertas ni ventanas. Está totalmente solo con esos seres que lo martirizan, doblándolo, insultándolo, amenazándolo.
Guillermo suda, gime, grita, no puede levantarse. Así pasan las segundos, los minutos, como golpes asesinos en sus sienes. La noche, con su oscuridad, se lo come entero.
El reloj empieza la cuenta regresiva por quinta vez en la clínica de rehabilitación.
Bajo las aguas - Javier López
Para construir aquella enorme presa tuvieron que inundar lo que había sido un pueblecito próspero, no demasiado poblado pero con todo lo que tiene que tener un pueblo: un horno de pan, un molino de aceite, la taberna, la iglesia y la tienda donde se vendía cualquier cosa.
El estado los indemnizó por la pérdida de sus bienes sumergidos. Pero el sentimiento que los unía a su pueblo iba más allá de lo económico: vivir allí lo era todo para sus habitantes.
Con el tiempo, los vecinos compraron escafandras y bombonas de oxígeno para volver a sus casas. Incluso el cura aprendió a dar la misa bajo el agua y el molinero a prensar el aceite. Cuentan que lo más difícil fue mantener encendido el horno de leña.
El estado los indemnizó por la pérdida de sus bienes sumergidos. Pero el sentimiento que los unía a su pueblo iba más allá de lo económico: vivir allí lo era todo para sus habitantes.
Con el tiempo, los vecinos compraron escafandras y bombonas de oxígeno para volver a sus casas. Incluso el cura aprendió a dar la misa bajo el agua y el molinero a prensar el aceite. Cuentan que lo más difícil fue mantener encendido el horno de leña.
El chirimiri del ángel
Se cuenta que un niño capturó con liria un ángel de leche, que más que alas tenía incipientes plumones en su espalda. Éste yacía moribundo del titánico esfuerzo por liberarse de la mortal trampa de pegamento. El niño, al verlo, quedó avergonzado y arrepentido. Lo soltó con delicadeza, cicatrizó sus heridas, le dio agua fresca de una fuente y lo llevó hasta una loma cercana donde con paciencia lo instruyó para que recuperara las fuerzas necesarias para poder volar con sus aún inexpertas y níveas alas. No fue tarea fácil. Al cabo de varios días, el ángel restablecido le agradeció al niño su empeño. Con lágrimas (ese día, a pesar de ser verano, llovió suavemente sobre la aldea) se marchó volando una mañana. Desde entonces todos los niños —incluso los más crueles— poseen su ángel de la guardia. Desde entonces una fina lluvia cae cada once de Agosto sobre la aldea. Los del lugar la llaman el chirimiri del ángel. Ese día todos los niños lo celebran soltando jilgueros en la plaza del pueblo.
Reciprocidad
Ayer se marchó. Me dejó de la noche a la mañana, sin darme ninguna explicación. Porque así es ella.
Imagino que debió levantarse muy temprano. No noté su ausencia hasta que extendí mi brazo izquierdo para rodearla, como he hecho cada día que hemos despertado juntos.
No fue muy explícita en su despedida. Tan sólo me dejó una corbata que había comprado para mi próximo cumpleaños, y una nota: "No olvides el mío".
Faltan también pocos días, y ella sabe que mis regalos siempre han estado a la altura de sus caros caprichos.
Imagino que debió levantarse muy temprano. No noté su ausencia hasta que extendí mi brazo izquierdo para rodearla, como he hecho cada día que hemos despertado juntos.
No fue muy explícita en su despedida. Tan sólo me dejó una corbata que había comprado para mi próximo cumpleaños, y una nota: "No olvides el mío".
Faltan también pocos días, y ella sabe que mis regalos siempre han estado a la altura de sus caros caprichos.
Viajeros
Su hijo apenas tenía diez años por entonces. Salían a volar la cometa, como cada domingo, pero aquél resultó especialmente ventoso.
Duró poco la diversión. El fuerte vendaval hizo que se les escapara, y la cometa desapareció en unos instantes en un vuelo sin destino.
Hoy, cuando veinte años después han vuelto a tener un día de campo en el mismo lugar donde solían volar la cometa, en el cielo ha aparecido de la nada algo brillante con una cola de luz y escarcha. Era la cometa viajera que había regresado, aunque ya no fuera para quedarse.
Duró poco la diversión. El fuerte vendaval hizo que se les escapara, y la cometa desapareció en unos instantes en un vuelo sin destino.
Hoy, cuando veinte años después han vuelto a tener un día de campo en el mismo lugar donde solían volar la cometa, en el cielo ha aparecido de la nada algo brillante con una cola de luz y escarcha. Era la cometa viajera que había regresado, aunque ya no fuera para quedarse.
Princesas sin cuento (esclavas)
We-We trabaja por muy poco dinero en un taller improvisado en un sótano infesto, cosiendo durante inacabables jornadas.
Una noche soñó que se pinchaba en un dedo y podía dormir cien años, como había oído en un viejo cuento. Necesitaba dormir, pero no era una princesa.
Al día siguiente se cortó con unas tijeras, y la castigaron a trabajar más horas por haber manchado de sangre algunas prendas.
Por las noches sigue en el taller. Y durante el día, sirve esta comida china que trae ahora a mi mesa, sin que yo conozca su historia.
Sonríe al dejarme el plato.
Una noche soñó que se pinchaba en un dedo y podía dormir cien años, como había oído en un viejo cuento. Necesitaba dormir, pero no era una princesa.
Al día siguiente se cortó con unas tijeras, y la castigaron a trabajar más horas por haber manchado de sangre algunas prendas.
Por las noches sigue en el taller. Y durante el día, sirve esta comida china que trae ahora a mi mesa, sin que yo conozca su historia.
Sonríe al dejarme el plato.
Libres
Ese día las puertas de todas las cárceles del mundo se abrieron a la vez. A las 6 de la madrugada, hora UTC, los prisioneros oyeron desbloquearse las cerraduras de sus celdas, mientras anunciaban por megafonía que debían abandonar el presidio en menos de diez minutos. Recogieron sus pertenencias y salieron sin terminar de asimilarlo, buscando incrédulos la mirada de los guardianes, esperando que todo fuera una trampa. Pero nadie les impidió salir.
Ya sólo nos quedaba aguardar, dentro de nuestros refugios, la reacción de los cuerpos de los condenados a la nefasta radiación, tras la catástrofe nuclear.
Ya sólo nos quedaba aguardar, dentro de nuestros refugios, la reacción de los cuerpos de los condenados a la nefasta radiación, tras la catástrofe nuclear.
Culpable
El acusado, ciudadano de nacionalidad lituana, con residencia ilegal en nuestro país, espera su sentencia. Había atropellado, la noche del sábado, a dos ciclistas en acción temeraria e imprudente. Conducía, en total estado de ebriedad, un vehículo robado sin haber aprobado el examen de manejo. Se le procesaba, en la sala de delitos ambientales, por no haber usado gasolina sin plomo en el automóvil en cuestión.
miércoles, 26 de agosto de 2009
Automatismos
Trabajo en un edificio inteligente. Al menos eso dicen.
Esta mañana, las puertas de cristal de célula fotosensible que dan paso al hall estaban averiadas. Así que tuve que dar un rodeo para entrar por una puerta en la trasera del edificio, de madera blindada, con cerradura mecánica y mucho más fiable. Un vigilante me abrió.
Mi oficina está en el piso doce. Pero los ascensores estaban averiados. Subir por las escaleras de servicio ya no era una buena noticia, aunque lo tomé con calma.
Cuando llegué a mi despacho, el lector de tarjetas digital se empeñaba en que yo no era Estévez, sino González. Y me denegaba el acceso. De nuevo tuve que avisar a un miembro de seguridad. Afortunadamente las comunicaciones internas funcionaban, aunque todas las líneas de acceso al exterior han tenido caídas durante el día. Por si la jornada no estaba resultando estresante, el aire acondicionado ha dejado de funcionar.
Y ahora, cuando son ya las once de la noche, termino de escribir esta historia con lápiz y papel, porque los ordenadores del edificio se han bloqueado. De hecho, no puedo llegar siquiera a la puerta de madera para salir a la calle, porque otras puertas automáticas me lo impiden. Estoy encerrado.
Los vigilantes se han marchado, confiando todas las tareas al sistema informático de este estúpido edificio.
Esta mañana, las puertas de cristal de célula fotosensible que dan paso al hall estaban averiadas. Así que tuve que dar un rodeo para entrar por una puerta en la trasera del edificio, de madera blindada, con cerradura mecánica y mucho más fiable. Un vigilante me abrió.
Mi oficina está en el piso doce. Pero los ascensores estaban averiados. Subir por las escaleras de servicio ya no era una buena noticia, aunque lo tomé con calma.
Cuando llegué a mi despacho, el lector de tarjetas digital se empeñaba en que yo no era Estévez, sino González. Y me denegaba el acceso. De nuevo tuve que avisar a un miembro de seguridad. Afortunadamente las comunicaciones internas funcionaban, aunque todas las líneas de acceso al exterior han tenido caídas durante el día. Por si la jornada no estaba resultando estresante, el aire acondicionado ha dejado de funcionar.
Y ahora, cuando son ya las once de la noche, termino de escribir esta historia con lápiz y papel, porque los ordenadores del edificio se han bloqueado. De hecho, no puedo llegar siquiera a la puerta de madera para salir a la calle, porque otras puertas automáticas me lo impiden. Estoy encerrado.
Los vigilantes se han marchado, confiando todas las tareas al sistema informático de este estúpido edificio.
Imagen vía Flickr
Etiquetas:
300 palabras,
Javier López,
Metaficción,
Tecnología
Sufijos discrepantes
Quise escribir la historia de un tipejo delgaducho que vivía en un pueblecito. Cada día iba a su trabajo montado en un borriquillo. Su empleo consistía en manejar una prensa de aceituna. A veces llevaba de vuelta a casa unas garrafitas de aceite en los capazos de su borriquito. Con el aceite y una hogaza de pan alimentaba a sus chicuelos.
La historia prometía, pues tenía pensadas muchas anécdotas para ese señor.
Sin embargo, a él no le gustó el principio de mi relato. No se sentía bien como tipejo delgaducho, y pretendía ser un tipo delgadito. Entonces ya me obligaba a hacerlo vivir en un pueblucho e ir a su trabajo montado en un borricuelo para alimentar a sus chiquitos. Hasta ahí no existía mayor problema, pero no hubo manera de que llevara el aceite en unas garrafejas, porque el cuento quedaba muy feo y se estropeaba.
Así pues, dejé de escribirlo.
La historia prometía, pues tenía pensadas muchas anécdotas para ese señor.
Sin embargo, a él no le gustó el principio de mi relato. No se sentía bien como tipejo delgaducho, y pretendía ser un tipo delgadito. Entonces ya me obligaba a hacerlo vivir en un pueblucho e ir a su trabajo montado en un borricuelo para alimentar a sus chiquitos. Hasta ahí no existía mayor problema, pero no hubo manera de que llevara el aceite en unas garrafejas, porque el cuento quedaba muy feo y se estropeaba.
Así pues, dejé de escribirlo.
Etiquetas:
200 palabras,
Javier López,
Metaficción
lunes, 24 de agosto de 2009
El curandero - Javier López
Fui al curandero con un dolor de espalda de los que nunca se acaban de quitar. Me habían dicho que ese hombre imponía las manos en la zona afectada y, en un máximo de tres sesiones, cualquier dolor desaparecía.
Yo no creo en esas cosas, pero hay veces que probar no cuesta nada... o mejor sería decir que cuesta "la voluntad".
En cuanto llegué adonde atendía, sin saludarme aún empezó a hacer una crítica de mi modo de vida:
—No debería llevar esos aparatos encima, le acabarán matando —dijo señalando el ipod, el teléfono móvil y el gps que siempre llevo conmigo— y sobre todo, debería desconfiar de los médicos.
—Los necesito para mi trabajo —contesté sin mucha convicción, obviando la segunda parte de su advertencia.
—Túmbese ahí, boca abajo —me ordenó mientras señalaba una camilla cuya higiene dejaba bastante que desear.
Mientras me masajeaba la zona lumbar escuché una especie de gemido. Pero mi postura no me permitía mirar hacia atrás, así que no le di demasiada importancia. Sin embargo, empezó a preocuparme dejar de notar la presión sobre la espalda que había estado haciéndome el curandero. Unos segundos después me giré para ver qué ocurría. El curandero yacía en el suelo, en postura fetal y con ambas manos sobre el pecho. Había sufrido un infarto.
De inmediato llamé con el móvil a urgencias. Como no comprendían bien el lugar donde vivía el curandero, pasé el plano del gps al ipod, vía bluetooth, y lo envié por email. Los servicios de urgencia llegaron en pocos minutos.
Después de aquello me sentí mejor. Mi dolor de espalda seguía igual, pero acababa de salvarle la vida al curandero.
Yo no creo en esas cosas, pero hay veces que probar no cuesta nada... o mejor sería decir que cuesta "la voluntad".
En cuanto llegué adonde atendía, sin saludarme aún empezó a hacer una crítica de mi modo de vida:
—No debería llevar esos aparatos encima, le acabarán matando —dijo señalando el ipod, el teléfono móvil y el gps que siempre llevo conmigo— y sobre todo, debería desconfiar de los médicos.
—Los necesito para mi trabajo —contesté sin mucha convicción, obviando la segunda parte de su advertencia.
—Túmbese ahí, boca abajo —me ordenó mientras señalaba una camilla cuya higiene dejaba bastante que desear.
Mientras me masajeaba la zona lumbar escuché una especie de gemido. Pero mi postura no me permitía mirar hacia atrás, así que no le di demasiada importancia. Sin embargo, empezó a preocuparme dejar de notar la presión sobre la espalda que había estado haciéndome el curandero. Unos segundos después me giré para ver qué ocurría. El curandero yacía en el suelo, en postura fetal y con ambas manos sobre el pecho. Había sufrido un infarto.
De inmediato llamé con el móvil a urgencias. Como no comprendían bien el lugar donde vivía el curandero, pasé el plano del gps al ipod, vía bluetooth, y lo envié por email. Los servicios de urgencia llegaron en pocos minutos.
Después de aquello me sentí mejor. Mi dolor de espalda seguía igual, pero acababa de salvarle la vida al curandero.
Etiquetas:
300 palabras,
Creencias,
Javier López,
Tecnología
domingo, 23 de agosto de 2009
Recuerdos y olvidos
A veces el olvido trae recuerdos de otros olvidos. Entonces comienzo a percibir nítidamente en qué consistieron aquéllos; cuáles fueron los hechos, circunstancias, detalles que traté de olvidar en cada una de las ocasiones. Y aparecen el dolor, el desengaño, la desazón y el miedo.
Alertado, intento inmediatamente recordar, para dejar atrás cuanto antes este nuevo olvido que tan malos recuerdos me trae.
Alertado, intento inmediatamente recordar, para dejar atrás cuanto antes este nuevo olvido que tan malos recuerdos me trae.
Etiquetas:
100 palabras,
Javier López,
Olvido,
Recuerdo
El blog
El blog era su diario. En él escribía cada noche lo que había hecho durante la jornada, analizándolo con humor ácido a veces, adornándolo con hermosas palabras en otras ocasiones, iluminándolo con imágenes y engalanándolo con músicas. Pero siempre siendo fiel a lo que hubiera acontecido durante su día.
Ésa fue la clave para que lo detuvieran por el triple asesinato, a los que puso letra, imágenes y música aquella misma noche.
Ésa fue la clave para que lo detuvieran por el triple asesinato, a los que puso letra, imágenes y música aquella misma noche.
Etiquetas:
100 palabras,
Javier López,
Metaficción
Historia encontrada
Mediaba la tarde cuando me encontré una historia en mitad de un camino. Era una historia inconsistente aún, como el carro tirado por un burro que veía venir de frente. Pero una historia al fin y al cabo, e insistía en ser escrita.
El carro rebotó al pasar sobre una piedra y el burro rebuznó. Ya al menos tenía algún elemento más para contar una historia.
Cuando pasó por mi lado, el burro me invitó con un gesto a que me sentara en el carro para continuar escribiéndola.
Ya tenía mi historia.
El carro rebotó al pasar sobre una piedra y el burro rebuznó. Ya al menos tenía algún elemento más para contar una historia.
Cuando pasó por mi lado, el burro me invitó con un gesto a que me sentara en el carro para continuar escribiéndola.
Ouija - Rafael Vázquez
.
Perdimos contacto definitivamente con los difuntos. Dijeron que no podian estar seguros de que no fuéramos en realidad ellos mismos preguntándose y respondiéndose a sí mismo, a sus propios miedos, a alguna parte de su oculta naturaleza. Y después de decir esto no volvieron a entablar contacto más con nosotros.
Perdimos contacto definitivamente con los difuntos. Dijeron que no podian estar seguros de que no fuéramos en realidad ellos mismos preguntándose y respondiéndose a sí mismo, a sus propios miedos, a alguna parte de su oculta naturaleza. Y después de decir esto no volvieron a entablar contacto más con nosotros.
Etiquetas:
100 palabras,
Rafael Vázquez,
Religión
Óbito
Imagen: Radnor St. Cemetery
Era el día de su entierro. El problema es que se sentía más lleno de vida que nunca. Había gozo en su corazón, risa en su alma, amor en sus pupilas. Su familia y sus amigos habían decidido que era hora de decirle adiós. Las flores primorosas, el cajón oval, la música sutil, el café y los cigarrillos. Y él, paseando por todas las habitaciones, tratando de convencerles que era un error, mírenme, carajo, por estas venas corre sangre todavía. No había caso. Era como si no existiera.
Le limpiaron, le vistieron con el mejor de sus trajes, el de matrimonio, le peinaron y le engominaron el bigote de gallardo coronel. Y él reclamando, que no, que nunca había llevado el cabello para la derecha, que nadie me conoce en esta familia, esos lentes son para leer, esos zapatos siempre me causaron calambres. Daba lo mismo. Lo colocaron en el cajón como a un delicioso recién nacido.
Llegaron los dolientes, las lloronas. Se tomaron el café y se fumaron los cigarrillos. A él, ni una mirada. Él, en su cajón, soltaba su diatriba.
Lo enterraron a las cinco de la tarde, sin lluvias, sin grandes ceremonias, vivo.
Le limpiaron, le vistieron con el mejor de sus trajes, el de matrimonio, le peinaron y le engominaron el bigote de gallardo coronel. Y él reclamando, que no, que nunca había llevado el cabello para la derecha, que nadie me conoce en esta familia, esos lentes son para leer, esos zapatos siempre me causaron calambres. Daba lo mismo. Lo colocaron en el cajón como a un delicioso recién nacido.
Llegaron los dolientes, las lloronas. Se tomaron el café y se fumaron los cigarrillos. A él, ni una mirada. Él, en su cajón, soltaba su diatriba.
Lo enterraron a las cinco de la tarde, sin lluvias, sin grandes ceremonias, vivo.
sábado, 22 de agosto de 2009
La carretera
Los hombres estaban pintando las líneas. "Será el último día después de ocho meses", pensé ayer en el momento que vi las marcas blancas más o menos rectas sobre el asfalto negro de la carretera.
He seguido su evolución, día a día, desde que empezaron picando y cavando sobre el suelo árido de aquella especie de páramo que veo correr paralelo a la ventana de mi tren matutino.
Durante estos casi ocho meses los he visto llegar a las 7:32 de la mañana, en la oscuridad o con las primeras luces hace unos meses y ahora ya con el día claro. Bajaban del furgón del presidio y comenzaban la tarea. Cuando regresaba de mi trabajo, allí seguían. En invierno con el frío de la tarde, y en esta época del año bajo un sol voraz. Siempre he pensado que la carretera era una mezcla de betún, piedra desmenuzada y fluidos humanos.
Hoy, cuando como cada mañana he subido al tren y me he puesto en la ventanilla que da al otro lado de la estación, los hombres ya no estaban allí. La carretera tampoco.
Antes de que el tren se haya puesto en marcha, he visto venir el furgón del presidio a lo lejos. Otros presos se han bajado. Han comenzado a picar y cavar sobre el suelo árido de aquella especie de páramo.
He seguido su evolución, día a día, desde que empezaron picando y cavando sobre el suelo árido de aquella especie de páramo que veo correr paralelo a la ventana de mi tren matutino.
Durante estos casi ocho meses los he visto llegar a las 7:32 de la mañana, en la oscuridad o con las primeras luces hace unos meses y ahora ya con el día claro. Bajaban del furgón del presidio y comenzaban la tarea. Cuando regresaba de mi trabajo, allí seguían. En invierno con el frío de la tarde, y en esta época del año bajo un sol voraz. Siempre he pensado que la carretera era una mezcla de betún, piedra desmenuzada y fluidos humanos.
Hoy, cuando como cada mañana he subido al tren y me he puesto en la ventanilla que da al otro lado de la estación, los hombres ya no estaban allí. La carretera tampoco.
Antes de que el tren se haya puesto en marcha, he visto venir el furgón del presidio a lo lejos. Otros presos se han bajado. Han comenzado a picar y cavar sobre el suelo árido de aquella especie de páramo.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)